Esteban me llamó a la mañana y arreglamos para una hora más tarde. Me la esperaba. Los esperaba. Ya me lo había adelantado Marga por correo y estaba preparado para casi todo.
Quiero decir, me venía preparando desde hacía semanas para reencontrar a mis amigos de la Rosario prehistórica –Marga y Esteban, el Chiche y Marisa– después de más de veinte años.
No hay mucho que contar acerca de lo que puntualmente sucedió. Demasiado parecido a lo que me había imaginado.
Pasearíamos por la ciudad representando al pie de la letra el rol de alegres turistas, rozándonos decenas de veces, levemente, sin lograr una puta carambola, hasta caer en la cuenta del estado calamitoso del paño para entonces recorrer ya no las calles de Berlín sino las pocas cartas que nos quedan en la mano, tahúres derrotados.
Si me atreviera a describir aquella tarde podría indistintamente tomar de modelo lo que sucedió o lo que me imaginé que sucedería.
Un brazo, una gamba, la bocha, otra pierna… Los miembros dispersos del judío errante se citan y se encuentran en la capital alemana para presenciar, llegada la noche, en el corazón mismo del encastre quirúrgico, para presenciar y celebrar, en la reunión de sus miembros de antiguo dispersos, su alivio de morirse.
Los pasé a buscar por el hotel y caminamos por la Unter del Linden hasta la Puerta de Brandemburgo y de ahí, bordeando el monumento al Holocausto hasta Potsdamer Platz. En la pantalla gigante del Sony Center leí el primer adelanto de la noticia que lo explicaba todo: se anunciaba la colisión de cinco galaxias a 300 millones de años luz de la tierra.
Después anduvimos de acá para allá, febriles y sedientos como todo turista, con ese despiste infantil que tiene algo de alegría y de imbecilidad a la vez.
Les mostré lo que me pareció más digno de conocerse. Como siempre la ciudad nos mostró lo que ella quiso.
Era raro estar así, todo el tiempo hablando del pasado, del pasado de allá, de la gente de allá. Las pocas veces que hablábamos del presente o del futuro se trataba del presente o del futuro de allá en relación a la suerte o desgracia de gente de allá.
Era raro levantar la cabeza de esas charlas –emitidas a un volumen de voz varios decibeles más alto de lo que aquí se estila– y encontrarse de repente en los patios de Hackescher Markt o dando un vistazo aéreo sobre la ciudad desde la Siegeseule.
Marga, que supo ser tan linda hace añares –sobretodo una tarde en el camino de la costa– en las alturas de la Siegeseule mostró un rostro ajado y mustio, becado para el geriátrico, y dijo que se mareaba (¿o fue en la Torre de la Alexanderplatz?).
Creo que lo que nos mareaba eran los cambios de montaje temporales, los cortes que el espacio nos tiraba en la cara arrugada para dejarlos ahí pegoteados y no ver más nada. No sé si me explico. Por ejemplo, estábamos en el subte 2 en dirección a Pankow y emergí de una de esas charlas a los gritos para quedarme mirando la pantalla de la tele del subte que anunciaba la colisión de cinco galaxias en la constelación Pegaso.
Una de ellas –las pantallitas son dobles– mostraba una foto como de fuegos artificiales en un cielo narcotizado y la otra decía: La enorme onda expansiva de la colisión es mucho más grande que la Vía Láctea.
Confieso que yo que no sé, que nunca supe amar a una ciudad sin odiarla también intensamente, no pude evitar incubar esa tarde un sentimiento de piadosa vergüenza… Pensé que Berlín era, en ese momento, una mujer joven y hermosa desperezándose desnuda y tibia ante nuestras miradas sin ser mirada ni deseada por nadie, por ninguno de nosotros. Pobrecita.
Y pobres nosotros ciegos, actuando una camaradería, una fraternidad y una confianza forzadas a mostrarse inmarcesibles cuando ya los años y el olvido y el desinterés le inocularon su licor de adormideras… (me acordé de esa canción que cantaba el Gato: “el agua del recuerdo es de lejía”).
Cuando volvía solo a casa en el U5, después de dejarlos en el Hotel, me encontré con un nuevo pantallazo del caso, decía: la colisión del Quinteto de Esteban, formado por cinco galaxias, produjo una explosión increíblemente turbulenta de gases formados por moléculas de hidrógeno.
Empecé a reírme solo. Te lo juro. Razonablemente primero y al rato ya a las carcajadas.
¡El Quinteto de Estéban!
Supongo que la gente me miraba, no sé: tuve que sacarme los anteojos para limpiarlos y vos sabés que sin los lentes todo es niebla.
Cuando me los volví a poner leí, asintiendo en absoluto acuerdo: los astrónomos han quedado muy sorprendidos no sólo por la turbulencia del gas, sino también por la enorme fuerza de la emisión.
9 de abril de 2007
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