11 de octubre de 2007

LÜGENDETEKTOR

Luego del intervalo y una vez apagadas las luces el telón se irá abriendo lentamente. Igual que en los actos anteriores. Igual que en los actos anteriores, antes de escucharse una sola nota, se escuchará una voz. No la misma sino otra. De tal manera que al escucharla no será reconocida. Pero al oírla, cada espectador le dará resonancia.
Cada espectador notará que, a pesar de utilizar todas las virtudes acústicas de la sala, la voz no parece vibrar sino en el pecho, dentro mismo del espectador. Como esos pensamientos que se ponen la pilcha de la voz de un recuerdo impreciso, casi reconocible.
Si la voz, en medio de la oscuridad –se supone que es de noche en el espectador– lograra mantenerse en simpatía con el fueye del vientre, si no precipitara en jadeos insinceros o en excesivos silencios adormecedores su obertura, si dejara apenas vagar sin rumbo fijo su deseo de ser oída para nada (para contar algo que ni ella misma sabe), entonces el siguiente acto...

Hubiéramos deseado una bohardilla tipo Boheme, con altas ventanas trimetiere en cuarenta y cinco grados que introdujeran, en la fría y melancólica semipenumbra, una melancólica luz cenital entre melancólicas plumas de cigüeña.
Pero el departamento de la Sophienstraße es un monoambiente en el tercer piso visitado por un vago recuerdo de sol, bastante grande, bastante feo, con una enorme estufa a carbón, de mayólicas amarillo maíz, ubicada casi contra la pared del fondo, entre las dos ventanas.
Clara y Morán están solos. Lo que no quita que en un rincón, el Viejo Ciego Harapiento, dormite apoyado en el teclado de su acordeón de utilería.
Acaba de oscurecer. Nuestro héroe, que insiste en probar el Schnaps (aguardiente) sin conseguir que lo convenza, ya está medio en pedo. Como suele sucederle aún estando fresco, preferiría no tener que hablar: liar y fumarse un negro, pensar sus cosas, los dos o tres tópicos de siempre, roer pacientemente la cuerda de su propia resistencia y dormirse por fin sin pena ni gloria ni sueños.
Pero Clara pregunta y pregunta. Habla un cocoliche con acento prusiano que tiene mucho de jiddische mamele y un algo de madonna italiana. A Morán le fascina, le encanta. Toda Clara le encanta. Sus maneras suaves y a la vez firmes. Lo mismo puede decirse de su voz de contralto, transparente, de ricas coloraturas, como si en el mismo registro convivieran el metal y la madera detrás de una dulce veladura.
El tema de sus inquisiciones es casi lo único que tienen en común: el amigo que conocemos como El Alemán y que la historia conoce como Kurt Willkens.
Ante los murmullos displicentes de Morán las preguntas de Clara corren el riesgo de agotarse como una palabra que se repite y se repite hasta quedar desnuda de sentido. Si esto, o algo peor, no ha sucedido todavía, es por el sabio espacio dejado entre una y otra pregunta. Son frases cortas y simples. Las ha venido sembrando al boleo sin prisa ni pausa. Con constancia de gotera:
Que qué te dijo. Que si te dio algo para mí. Que si te habló de mí. Que cómo está.
Pero Morán no está para preguntas, está en otra. La constancia de Clara no lo ha dejado cabecear su gol definitivo en el sueño. No es que se haga el sordo. Está un poco borracho y quiere hacerse el pensador, el importante. Trata de pensar realmente algo importante para no sentirse deshonesto. Quién sabe no esté celoso.
Influido por la suave y poderosa voz de Clara se pregunta a sí mismo:
¿Clara es tan linda o soy yo que extraño? ¿Faltará mucho para irme? ¿O para sentirme acá como Pancho por su casa? ¿De qué vamos a hablar cuando se entere que soy un otario?
Hay un momento en que Clara se rinde. Se queda mirando por la ventana. Vaya uno a saber qué. La ventana es un rectángulo negro de vidrio helado que ni siquiera permite ver las bambalinas.
A Morán los vericuetos de su alcoholizada memoria lo regresan por fin al guión que nos importa. Desde el fondo de la escena apenas si llegan los acordes de un tango medio húngaro.
Ahora que la muchacha ya no insiste nuestro héroe habla:
–La noche anterior al embarque llegué de mi pueblo y al rato ya estábamos hasta el caracú. Bueno, el Polaco y yo. El Alemán no chupa. Que yo recuerde no dijo nada. Al otro día temprano salía el barco...
–¿Y...?
–¿Y qué?
–¿Y al otro día?
–El Alemán no dijo nada en todo el viaje. El Polaco consiguió prestado un coche...
Morán habla demasiado lento. Arrastrando penosamente las frases hasta dañarlas. Como si se hubiera olvidado la letra y le costara escuchar la voz del apuntador. Esto no crea tensión alguna sino más bien un tedio interminable de película rusa.
Ayudémoslo.
El Polaco consiguió prestado un coche para llevar a Morán al puerto. En el puerto no hubo tiempo de nada. Cuando se estrecharon con el Polaco las palmadas en la espalda sonaron a hueco, como el abrazo de dos tísicos. El Alemán, nada, fumaba un Fontanares.
–Me pescó justo en el arrugue, fichando el barco. Me dio medio cagazo. Me pareció tan grande...
–Kurt...
–El barco.
Tranquilo Chino, susurró al abrazarlo.
–Y acordate: Yo se dice Nosotros”, me dijo, con ese acento tremendo... Habla en criollo peor que vos: »io-se-disse-noshotoros«...
–¿Y eso?
–No sé, siempre nos dice eso. Es como su muletilla. Después dijo que había que prepararse, que hacerse fuertes, que vienen tiempos muy duros. Esas cosas...
En la ventana del fondo, casi invisible detrás del humo de los cigarrillos, se proyecta la imagen del Alemán arengando en el puerto de Buenos Aires a una cuadrilla de Moranes desarrapados. Detrás de los quedos acordes del acordeón del ciego casi ni se oye la cascada voz del líder. Nos llegan frases como »jamás una caricia impulsó un cambio« o bien »la simulación lleva puesto el rostro de la historia... Y así nos va« y otras por el estilo.
–...Y así nos va.
Repite Clara.
–Y así nos vamos, digo yo, digo, nosotros...
–¿...?
–...nos vamos a la mierda.
En la ventana la noche de cartón pintado ha vuelto a sellar la perspectiva. Moran sostiene firme ante sus ojos el vasito de Schnaps, como si espiara un pez mínimo o un gusanito.
Pero los ojos de Moran no miran ni la mano, ni el líquido incoloro ni el vidrio tosco del vaso.

No hay comentarios.: