3 de mayo de 2007

CLARA

Esta mañana me di otra vuelta por la estación del Zoo. Me fui directo a las oficinas de la Deutsche Bahn. Quería ver otra vez esa foto de archivo de la que te hablé: perspectiva cenital de la estación, años veinte.
Va a ser jodido, por no decir imposible. Hasta la estructura de hierro es otra. Conclusión: nada de la actual estación nos va a servir para la escena de la llegada de Morán a Berlín. Me cago en las bombas.
Tomé algunas notas. Habrá que reproducir todo en estudio.
Ya sé. Va a costar una bocha. Pero no te preocupes, si se vende la casa de mi vieja en Rosario estamos salvados. Además la Vasca tiene unos mangos encanutados en el banco.
En fin. Lo positivo es que una vez montado el tinglado, se lo puede usar para otras escenas. O hacer varias versiones de la misma en plan jardín de videos que se bifurcan. Eso sí, cada »sendero« rematado con un pequeño musical imprevisto (total los bailarines van a porcentaje).
Por ejemplo: barajemos la posibilidad de que Morán y Clara no se encuentren al toque. Suponete que Morán llega, por ejemplo, por acá, camina hacia allá, enciende un cigarrillo… espera, murmura (¡la puta, cómo llueve!)
Al otro lado de la escena, en otro andén ponele, Clara.
Ahí te mando una foto para que la vigiles. Tenés razón. Se parece sospechosamente a Simone Weil. Pura coincidencia. En realidad se trata de la hermana de Benjamin. Le interesa el proyecto y, lo más importante, va a laburar gratis (los Benjamin no tienen precisamente problemas económicos).
Durante los primeros instantes del acto están casi solos. A medida que la música crece, el escenario se va poblando. Más y más gente (necesitamos por lo menos 300 extras, sin contar los bailarines).
La música (por ahora): ruidos urbanos sobre un loop maquinal, totalmente artificioso, medio secuestro, como paridos en un laboratorio de sonidos casero (ojo, la fritanga de fondo, como de disco viejo, es lluvia de posta).
De vez en cuando se escuchan en los altavoces los siempre incomprensibles anuncios de arribos y partidas (a la manera de Jacques Tatí).
El paneo circular ametralla rápidamente a los paseantes para volver a Clara. La acaricia, la describe:
Clara morena: En tu pálido rostro sopla la brisa tibia que pulió las aristas de las cansadas tribus de Israel. La miro y no sé porque pienso: qué bien le hubiera quedado el siglo XVIII...
¿Es demasiado precipitado presentarla ya como heroína?
Mejor no, mejor guardarse un par de cartas en la manga. Hay tiempo.
Digamos por ahora que, como antigua novia de Kurt Willkens, Clara es el contacto de Morán en la Capital de la República de Weimar.
¿No es claro? Volvé a leer »BERLIN«.
Vamos de Nuevo:
Clara es obrera y delegada anarquista: Mira con cierta ansiedad hacia un lado y otro del andén: Su cara denota decisión y fatiga: De vez en cuando observa detenidamente el cartel que sostiene, el cartón donde su propia mano escribiera MORAN bien grande: lo observa como si comprobara que las letras siguen ahí, o como si quisiera retener ese extraño nombre de una vez.
Kurt Willkens (¿su gran amor?) apenas si le escribe. Hace un par de años que no se ven, desde que se despidieron en Hamburgo, antes de que su amigo se embarcara para Buenos Aires.
Está nerviosa como si fuera a reencontrarse con él.
Poco sabe sobre el hombre cuyo nombre sostienen sus manos. Apenas que este tal Morán es amigo y camarada de Kurt; que compartían casa y militancia; que trabajaban en la misma fábrica.
No termina de entender a qué viene este tipo a Berlín. Sólo sabe que Kurt mismo lo manda y que ella tiene que ubicarlo.
La lente avanza ahora rápidamente desde el exterior (como si fuese un tren), esquiva pasajeros, gambetea bultos, la busca entre los cuerpos que se le cruzan a izquierda y derecha:
Ahí la tenemos otra vez: mientras el plano nos acerca su rostro, subitamente, sobre la extraña música mecánica, empiezan a sonar tres guitarras y un acordeón. El cuarteto borda una introducción de vals criollo levemente litoraleño, rancheroso.
Se trata de la obertura del Vals del Silencio.
Clara, abrazándose candorosamente al cartelito, canta:

no cuentan las palabras
cualquier palabra sobra
sólo el que calla logra

decir sin redundar

yo te nombro en silencio
el silencio no miente
y es el más elocuente

para decir: no estás

la voz repite el eco
de los huecos del pecho
mejor mirar el techo

y oír llover un vals

para qué la memoria
de algo ya impronunciable
mejor dejar que hable
la ausencia sin tallar
la pura ausencia bruta
la ausencia sin poesía
mejor la melodía
ni una palabra más

En el instrumental se suma la Típica desde el foso. Los violines contracantan la melodía del acordeón. El tempo se intensifica y con él los movimientos coreográficos de los paseantes (los bailarines, indecisos, marcan unos cuantos pasos al azar… todavía no saben bien qué hacer. No se hagan drama, muchachos, estamos ensayando).
Morán, mientras tanto, fuma y fuma como el ciego de Carriero. Campanea desde un costado del escenario, sin demasiado interés, como matando el tiempo mientras lo vienen a buscar, mientras llega su contacto.

a qué nombrar tus cosas
lo que inventó tu sombra
cualquier cosa te nombra

para qué enumerar

el amor trashumante
que encendiste en mi copa
hoy me cerró la boca

y ya no digo más

prefiero oír el lento
rebotar de las gotas
como pálidas notas

de un desteñido vals

para qué la memoria
de algo ya impronunciable
mejor dejar que hable
la ausencia sin tallar
la pura ausencia bruta
la ausencia sin poesía
mejor la melodía
ni una palabra más


Recién al final del vals Morán, previa lectura del dichoso cartel, se da cuenta y se acerca a Clara extendiendo una sonrisa mustia y una mano helada.

TELON

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