Cuando Morán nació no pasó nada. Ni mucho ni poco. Nada de nada. De una manera excepcional: una especie de coincidencia cósmica, o de error, por lo demás absolutamente improbable. Un brevísimo instante universal de nada.
Quien observe su carta natal encontrará indecisiones astrales que apuntan más y más hacia la sospecha de un error momentáneo en el movimiento perpetuo del sistema.
Allí está, no hay más que verlo, trazado en signos consagrados por la geometría, la exactitud axiomática del acto y la sombra de las probabilidades: en el instante exacto en que Morán vio la luz, debieron de suceder una cantidad de hechos que por varias razones concatenadas –azar, error de cálculo, desidia, azar, imprevisión, azar, incompetencia del obstetra, cansancio cósmico– tuvieron lugar un segundo antes o un segundo después.
Por supuesto que esto influyó de manera definitiva en el destino de nuestro héroe. Él murió sin saberlo.
No es raro. Lo excepcional de su nacimiento no fue advertido por nadie (es también por este motivo que la serie de coincidencias negativas –negativas en su condición de no-sucesos– que no tuvieron espacio ni tiempo en el instante de su llegada al mundo, aunque sean tan intrascendentes son a todas luces verosímiles.
Por un lado debido a la novedad. Nada más verosímil que una novedad. La mentira más guasa, si se oye por primera vez, se cree.
Por otro lado la innegable futilidad del no-suceso. Quién no creería en algo tan inocentemente inútil. Cualquiera está dispuesto a creer en la inocencia y más aún cuando ésta se confunde con la estupidez. Porque haciendo las cuentas pertinentes y sopesando radiaciones e influencias se comprueba la hipótesis: astrológicamente la singularidad de su nacimiento no le dio ventajas. Podría afirmarse incluso que tampoco lo perjudicó. A la hora de ayudarlo o de joderle la vida los Dioses titubearon o se hicieron los giles. En el mejor de los casos, no se pusieron de acuerdo. Frente a tal o cual Casa; frente a este o aquel probable hito de su existencia: ¿A qué jurisdicción le corresponde darle o quitarle algo a este hombre? ¿Dónde Marte debería haberle atizado su beligerancia o Saturno insuflado su caótica sabiduría?
No hubo caso. Morán estuvo siempre entre dos o más fuegos. Y si al fin una bala perdida llevaba estampado su nombre se debió más a su propia ansiedad fatalista –a su inconfesable berretín de no ser– que a un acto previsto en la abigarrada agenda del Olimpo.
16 de agosto de 2007
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