La noticia de los sucesos patagónicos rebota en la fría penumbra del bulín de la Sophienstraße como langostas mecánicas, como esquirlas salidas del balero del héroe.
Morán se resiste a creer lo que oye. Rebulle en su mirada una cocción paranoica. Empieza a desconfiar de todo y de todos, empezando por él mismo.
Mira la pared de siempre y ve epopeyas. Los actos heroicos de los otros: su mejor amigo, sus compañeros de lucha, su hermana atravesada por las flechas lechosas de su propio deseo.
Clara pregunta por El Cerrito, por el Cañadón de la Yegua Quemada.
Morán calla y empuja otra cañita.
-Un solo puño erguido más que vea y vomito-
La cabeza le pesa toneladas. Quisiera dejarla caer entre los hombros para siempre. Pero le molestan las luces. Mira a su izquierda. Cuántas veces se ha dicho, cuántas veces ha escuchado decir que no debe mirar hacia el público… pero está vez, cansado de esperar o de sufrir las proyecciones histórico-didácticas de las paredes se queda mirando la formas penumbrosas a contra luz: una marea de cabezas negras casi quietas.
¿Sombras que son o se hacen? Es decir, ¿es ése oleaje inerte un público? Es éste el público que hoy asiste a mi vida o son apenas extras que actúan de público.
Este pensamiento de golpe le agrada. Detrás duerme algo entrañable. Es un recuerdo antiguo… Suena en todo caso como un recuerdo antiguo: el mundo haciendo de mundo; superpuesto al mundo verdadero otro mundo idéntico pero levemente afectado, tan sutilmente afectado que es casi imposible reconocerlo.
Morán no recuerda haberlo sentido antes pero ahora que lo descubre algo le dice que es un residuo paleolítico, tal vez de la etapa en que el Chinito Morán, algunos años antes de que naciera Laura, entendía que el mundo giraba alrededor del Chinito Morán.
Pero el mundo que gira alrededor de Morán es el escenario de su aventura, de sus tribulaciones, de su desdicha, y por alguna razón que no comprende aún, que posiblemente no comprenda nunca, este mundo está siendo llevado a escena paralelamente.
¿Paralelamente a qué? está a punto de preguntarse.
Pero es otra voz la que pregunta. Clara pregunta por El Cerrito, por el Cañadón de la Yegua Quemada, por los hechos concretos de la Patagonia.
Moran dice que prefiere no hablar.
Que hable ella, a ver, que tanto sabe, ya que tanto sabe que hable, que hable ella, a ver, si sabe tanto. Soy todo oídos…
Y ella que no entiende o no conoce la típica de microironía meridional le hace caso.
Pero ni bien Clara empieza a hablar de lo que sabe, de lo que han publicado los pasquines libertarios, Morán la emprende esta vez a los gritos, alza su vozarrón como un puño erecto, ladra al tun tun para no oír a nadie, ni adentro ni afuera, ni a Clara ni al público. Pirotecnia barata. Puros cuetes. Bravuconadas a la bartola.
–Que me calmen las cañas– y vuelve a servirse.
–Es Schnaps de durazno– aclara Clara.
Móran no la escucha. Vuelve la mirada a su derecha, pasa y repasa las paredes como buscando una falla, con una desconfianza rayana con el pánico. De vez en cuando ladra una sentencia automática, cadáver exquisito en miniatura, consigna subnormal autorizada por el surrealismo en decadencia.
Resumiendo: por fin Clara logra contarle lo que sabe, lo que ya circula en todos los medios anarcosindicalistas, la patriada de Wilkens: que el Alemán se cargó al Teniente Coronel Héctor Benigno Varela, milico máximo, responsable de los fusilamientos patagónicos.
Morán parece no reaccionar. La vista fija en el muro. Es cierto que ha bebido bastante. Pero no es el alcohol lo que le entorpece tanto el entendimiento sino el producto de un inmenso esfuerzo de producción: las paredes empiezan a abrirse al compás de una música que, al principio –igual que el movimiento de los paneles– es casi imperceptible.
Pronto, por efecto también de las luces, la perspectiva se dilata en una lejanía que se posa súbitamente en el punto de fuga de un empedrado: es la calle Fitz Roi, en el barrio de Palermo, ciudad de Buenos Aires (“la pucha, mirá que bien logrado el efeto, si se nota a la legua…” comenta en susurros la platea).
Al ritmo de una milonga candombeada in crecento, amanece.
De un lado y otro de la escena aparecen las parejas de bailarines vestidos de obreros metalúrgicos algunos, otros de campesinos patagónicos, otros de paseantes urbanos (década del 20).
A la orquesta Típica se le incorporan tambores, como en los candombes de Alberto Castillo. Clara canta «La Candonga del Alemán»:
calá juná la Huesuda
por calles tan elegantes
calá como va que suda
la que sólo va al convoy
¿habrá cambiado de ruta?
va por la calle Fitz Roi
(si va pa´lo de Varela
ese no pasa de hoy)
El coro, que solo había cantado al unísono el quinto verso, ahora encara el estribillo con cierto aire de tablón, de hinchada de fútbol (los componentes del coro no son otros que los bailarines y Morán):
vos que hiciste sonar tanto
los huesos en los potreros
que metiste bala y sable
a miles de jornaleros:
¡juná Coronel Varela
como se muere sin juez!
siempre hay un pobre que vela
y hace justicia al revés
Durante el breve instrumental uno de los bailarines representa al Alemán, camina sigilosamente y se aposta en una de las puertas y espía hacia el fondo (Morán lo campanea embobado.
Otra vez Clara, solista:
juná ese de mameluco
que llaman El Alemán
¿que hará en barrio tan pituco?
¿será que viene a cobrar?
¿qué está esperando ahí al lado
agazapao en un zaguán?
¡juna que lleva en la mano!
¡es un bufoso y un pan!
Todos (con tutti):
vos que hiciste sonar tanto
los huesos en los potreros
que metiste bala y sable
a miles de jornaleros:
juná Coronel Varela
como se muere sin juez!
siempre hay un pobre que vela
y hace justicia al revés
El ritmo de milonga se vierte definitivamente en el candombe furioso. Los tamboriles doblan la apuesta.
Todos cantan y bailan:
Ya sos boleta Varela
los cuetes todavía se oyen
la Patagonia sonríe
tal vez te llore Irigoyen
cuchá cuchá como crece
el mito del Alemán
la Patagonia agradece
y esta candonga se vá
la Patagonia agradece
y esta candonga…
TELON
Ilustración:
(»Garbo y Patu«, Clementina Doppelkopf 2005)
30 de octubre de 2007
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