8 de octubre de 2006

ABFAHRT

Cuando el telón se abre no hay, por el momento, nada. Al menos nada claro. Lo primero que se comprueba es que, a contramano de lo que nos dijeron siempre, empezar es lo difícil. Es un invento sin precedentes. Algo que, en todo caso, está por verse.
Parado acá, no se ve nada tampoco para atrás, y da vértigo. Desde la noche absoluta amanecen formas por el momento poco reconocibles. Otras que al ser reconocidas se autoinmolan.
Sería maravilloso que una historia fuera un tren que pasa, que viene de alguna parte y al que nos subimos en determinada estación. Si así fuese, solo nos quedaría saber, o elegir –saber elegir–, en que estación empezar a espiar. Después es solo subirse y rodar.
Lo más probable es que el vientre de la historia, seducido por antiguos berretines criollos, elija un rincón y una época acorde a sus caprichos para dar a luz. El lugar y la hora más fotogénicos. La estación más elegante y mejor concurrida del imaginario popular a finales de los ´20.
Amanece. A vuelo de cigüeña todo parecería indicar que es París. No es muy original pero es porteñamente verosímil. De alguna manera todo empieza en Paris.
Sería una excelente apertura de telón.
Pero antes de idealizar la perspectiva sopesemos los pro y los contra. Nuestro completo desconocimiento del francés complica las cosas, afea el paisaje, convirtiendo ese desconocido amasijo de techumbres mohosas oscuro-rojizas en algo bastante fulero.
¿Es esto «La Luz»? Cómo saberlo. Quienquiera que sea esta ciudad, nos abruma con su populosa deformidad a lo Fritz Lang.
No hay a la vista rostros conocidos. Suena una orquesta: una suerte de Típica Tibetana. La torpeza coreográfica de los innumerables paseantes torna imposible el fluir neutral de los acontecimientos.
Sin prólogo, sin anestesia, sin comerla ni beberla, pareciera arreciar la obertura. El efecto del crecendo de las voces hace pensar en el acercamiento paulatino de una horda intergaláctica o al menos tártara...


»...avant tout fut cette mer
et dans cette mer
l’avant était déjà mélodie:
solo de feu à se refroidir
au milieu de la brume
était un murmure
qui déjà désirait un corps comme le tien
et à ne pas te trouver dans la mousse
se transforma en poésie«

(«...antes que nada fue ese mar / y en ese mar / el antes ya era melodía: / solo de fuego que al enfriarse / en medio de la bruma / era un murmullo / que ya anhelaba un cuerpo como el tuyo / y al no encontrarte entre la espuma / se convirtió en poesía»)

¿De dónde salen esas voces...? Voces como de eunucos, de monstruosos bebotes gordinflones.
Aparte de las malolientes sospechas semánticas que despierta toda rima, acá hay algo que no cuaja: ¿Saint Lazare, Gard du Nord?
Voila, para variar estamos en orsai. La Estación de Orsay llena de mandarines chinos y maniquíes rubios de una época que no es –que en todo caso no es la nuestra, la deseada–, girando como sufis en trance mientras un coro de contratenores –recién ahora se aprecian sus rostros lampiños enmarcados por las ventanillas de los trenes apostados en la estación– insiste con su rimosa bulla... Canta, taladra, ladra, espanta:

»...avant tout fut une voix
ou plusieurs -Dieu le sait-
comme un Big-Bang sifflé
par des bouches unicellulaires
soupirant ton essence
encore sans nom
car la chanson est antérieure à l’homme
mais ton absence soudaine
était déjà dans le crée«

(«...antes que nada fue una voz / o varias –sabe Dios– / como un Big-Bang silbado / por bocas unicelulares / suspirando tu esencia / aún sin nombre / pues la canción es anterior al hombre
pero tu repentina ausencia / ya estaba en lo creado» )

Con los últimos acordes el decorado gira y se aleja rápidamente hasta dejar al desnudo aquella perspectiva aérea de techos que nos mostró al comienzo.
¡Hasta las lascivas formas de las nubes se extiende el jolgorio!
Qué descaro. Qué abiertas madrugadas. Pura pornografía celeste. En fin, una vergüenza.
Mal comienzo. Nuestra mirada plúmbea sobre el paisaje devora y olvida. Inútil observar, preguntarse. Tarde o temprano nos vamos a hartar de esperar ver aparecer al protagonista. Tal parece que en el querido, ignorado e inexistente París nuestro héroe no existe.

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