Me gustaría creer que fue un mero voto de confianza de parte de la familia Annabi el entregarme los cuadernos de notas, papeles sueltos y bocetos (con las fotos no ha sido tan fácil) que hoy forman el cuerpo central del Archivo A. Annabi, pero me temo que fue puro y simple desinterés.
Lo cierto es que gracias a este material y a algunos otros aportes inesperados (básicamente la inestimable colaboración de Djar Djarki Tjali y sus discípulos) nos ha sido posible llegar a las siguientes conclusiones acerca de la obra conocida com »Páginas Óficas«.
(Las citas en bastardilla han sido extraídas de sus cuadernos de notas).
Deslumbrado por el concepto de revelación común a varias formas de la fe, Annabi creyó a pies juntillas, desde su primera infancia, que los textos sagrados de toda religión son la mera palabra de Dios y que, letra por letra, vocablo por vocablo, esos textos han sido dictados por el mismísimo Creador a ocasionales escribas más o menos merecedores de esta Gracia.
Annabi consideraba al espíritu de la forma de toda escritura devocional como impulso demiúrgico: “potencia y acto de Dios mismo”, y al sentido; la sintaxis y su semántica; la fábula y su moraleja; la enseñanza y su parábola, es decir, la mera figuración, como avatar humano, aspecto trivial y por tanto corruptible, sujeto “a las limitaciones del hombre y sus muecas, a sus contingencias, a su corrupción y, lo más peligroso, sujeto a sus ociosas especulaciones de traductor amateur”.
Para Abdeljamid Annabi el verbo divino no solo es independiente de las leyes de significación y sentido sino que es plausible develarlo, purificando cada texto, escindiéndolo de la anecdótica e irrelevante tiranía de la semántica.
La operación o enunciado que el mismo Annabi repetía una y otra vez cuando nos hablaba de las Páginas –y que encontramos anotada y subrayada con insistencia, tanto en sus libretas de los años en Limnos como en sus cartas desde Athos– echa luz sobre los aspectos más controvertidos del concepto annabiano:
Dios + Dios = Dios
Annabi entendió, como los alquimistas, que así como el mercurio por precipitación sedimenta lo impuro y devela el oro, a través de ciertos procesos técnicos, unos cuantos pasos mecánicos más o menos azarosos, es posible desentrañar “la palabra de Dios en estado puro”.
Su método de trabajo consiste básicamente en la superposición de dos o más páginas de diferentes textos sagrados impresos fotolitográficamente en papel transparente.
Hemos identificado algunos de los párrafos y/o elementos gráficos utilizados en la operación: versículos del Antiguo Testamento en alemán; del El Corán en árabe (en dos versiones); varios pasajes de una Torá en Hebreo; la reproducción de una página del Llyfr Gwyn Rhydderch (Libro Blanco), manuscrito galés de principios del siglo XIV; dos reproducciones de epigramas mortuorios y alabanzas a la diosa Astarté en etrusco y en púnico respectivamente (ambos textos concebidos originariamente en piedra).
La fórmula o receta compositiva de A. Annabi podría sintetizarse de la siguiente forma:
Una vez seleccionados los originales que han de ser “arrojados al crisol”, el primer paso es la reimpresión de una página sobre otra –generalmente se trata de dos o tres originales superpuestos (cuatro en solo tres casos y cinco sólo en la Gran Página de Athos).
El resultado parcial es modificado varias veces en nuevos revelados hasta conseguir signos de una morfología simple, tan bellos como ininteligibles, dirigidos manualmente por el criterio estético de Annabi, “subjetivo y azaroso como los mismos Dioses”.
Las imágenes que dan como resultado –“La pura forma libre gozando de una existencia universal eterna”– son a primera vista una serie de bellas composiciones caligráficas, ilegibles como escritura, que se debaten entre el ideograma y el signo arábigo.
Pero esta primera impresión se modifica lenta, gradualmente ante el ojo sensible hasta revelarse como lo que es: una asombrosa epifanía, una verdadera manifestación del verbo divino encarnado en uno de sus muchos rostros.
El canon completo se compone de 360 páginas. Según nos explicara el mismo Annabi, una para cada jornada (el antiguo año lunar consta de 360 días).
Por último solo nos resta agregar que el códice fue bautizado secretamente por su hacedor (Annabi rechazaba el concepto de autor, se consideraba a sí mismo como un escriba con poderes mediúnicos) con el nombre de »Summa Teográfica«.
19 de abril de 2007
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