11 de agosto de 2015
TELEFONGESCHPRÄCH
¿Jaiko? Soy yo. No, me imaginé. Pero si no vas nunca al negocio… Bien ¿Vos bien? ¿La nena bien? Nada, bien, ahí. No, bien, bien, bien, todo bien. No, por lo del Sozial, me están volviendo medio loco. Cómo quién. A mí. Los del Sozial. Bueno, el Jobcenter, igual. Para mi sigue siendo el Sozial. El Club Social… Y no, mucho no. ¿Cómo sabías? Ves que sos un puto. Dale Jaiko, acéptalo de una vez, vos te sentás encima del chingolo. ¿Cómo? Eso también es laburar. Esta semana ya fui dos veces. Y, entre lo que no entiendo la mitad de lo que dice y entre que me hago el que no entiende la otra mitad acabo por no entender. Es casi sincero. No, es al revés. Así es más fácil. Así no te joden tanto. Se creen que además de extranjero sos idiota. Y tienen razón. Un idiota profesional. Acá todos los defectos se vuelven profesión. Bueno, esta vez no funcionó. Ah, si, el muñeco ese. Y… por lo de la fiesta debe ser. Cómo, boludo, los veinte años sin muro. Bueno, veinticinco, igual. Quieren un trío, quieren un trío, quieren que toquemos. No, ni loco. No agarro la jaula desde hace… a ver, tres… y calculo cinco años. Claro. Le dije que lo llamen al Oguer. Qué se yo. Que se arreglen, son bailarines, a vos qué carajo te importa. Eso. Igual. El que llamó es el Gato. A mí, a mi casa. No sé, no atendí. Pero si nunca atiendo el teléfono. Y bueno, pero eso fue hace mucho… estaba Amparo. No, ni idea. Y bueno, para eso está el contestador. Parece que iba a Buenos Aires pero arrugó. En Córdoba. Qué se yo. Pedirá asilo a los Comechingones. Sí, un desastre. Menos mal que no tengo. Pero… ¿y acá? En todas partes es igual, Jaiko. Y… multiplicalo por el número de refugiados y desterrados y te da… ¿Vos decís mundial? Ahí lo tenés. Somos mayoría. No, a mí me agarró en Italia. Quiero decir que estaba en Italia cuando cayó. Recién llegado. Pero cómo, me acuerdo como si fuese ayer. Noooo, en la puta calle. Tocábamos en la calle. En Milán. Ese día pensé que haríamos una gorra de aquellas con el carnaval que se armó pero la pifié. No nos dieron ni pelota. Estaban todos pendientes de la tele primero y después… el festejo que se armó. Petit carnaval, diría el Gato. No… Yo me fui a casa porque me dio no se qué volcar. Andaba con el fueye. Más o menos. En Argentina había subido Menem. Ahí, justo cuando me fui. No, para nada, al contrario. Además yo iba a volver en dos o tres meses. Yo era del palo… ¿cómo? de la primera hora. No, militante. Militaba en Rosario y el triunfo… No, militar no tiene nada que ver con militar, con lo militar. Se dice así… ¿Cómo se dice acá? Cuando estás en un partido o en un… Eso, activista, era activista. Era activista justicialista. Quiere decir peronista. No te creas, creíamos de verdad que el Turco era otra cosa. Qué se yo. Allá vos. Si querés créeme. Qué se yo, hace tanto. No me acuerdo porqué. Apareció una guita inesperada, creo. Y... no había salido nunca. A Uruguay y pará de contar. No, las raíces, los ancestros, la familia... me chupaban un huevo. Una vez allá llegué a dudar de que el padre del Negro Ferrari viniera de ahí, de Casaleggio… Cerca de Piacenza. No, al sur de Milano. Entre Milano y Génova, ponele. No, por el lado de mi vieja nada que ver. Mi vieja era criolla. Gente del norte de Santa Fé. La abuela Celia era mocoví. No boludo, india... Qué se yo, entreverados con guaraníes, gente de río. Allá también. En Italia uno se siente más extraterrestre que acá porque la gente es tan parecida y a la vez tan forastera que parecen fantasmas. Cierto, uno es el fantasma. Con la familia, con los Ferrari de Casaleggio, mucho peor. Con el resto de los tanos me sentía como aceituna entre quinotos pero con los Ferrari de Casaleggio, mamma mía… Me escapé. Te juro. Nada… el fueye y nada más. Y, qué querés, si salía con la valija… Un alivio. La idea era ir bajando. El sur. Nápoles. Quería ir a Nápoles. Me parecía que en el sur… Nada, ahí nomás me lo cruzo al Yani, ¿te acordás de Yani? Pero si estuvo en tu casa... Igual, otro cantor. Cantor y guitarrero. Un atorrante. Un salteño que se la rebuscaba con el tango ya en ese entonces. Y... me vino a hablar, me encaró por el estuche. El fueye te salva. Siempre. Y toda salvación es también siempre una condena. Como corresponde. Cuestión que empecé a yirar con él, a duo. Giannuzzi-Ferrari. Tendríamos que haber hecho tarantela en vez de tango. Te la hago corta. Yani era un fenómeno. Nunca conocí a nadie así. Viste esa canción de Milton, Fe-ciega-cuchillo-afilado… Bueno, Gianni era una yilé. No, horrible. Nunca escuché a nadie cantar y tocar tan pero tan mal. Ojo, era muy complejo lo que hacía. Desafinaba fiero mientras conseguía que su ritmo diacrónico se impusiera a fuerza de rasguidos espásticos sobre la melodía destrozada, irreparable. Con cinco, seis acordes resolvía todo el cancionero. Ojo, lo digo así y suena un desastre, un chiste. Sin embargo era un genio. Un artista con todas las letras. Lograba algo increíble con el público. Algo difícil de explicar. Llamalo conmoción. Fue la primera vez que alguien me mostró que las cosas pasan por otro lado. No lo entendí así en aquel momento. En aquel momento, durante esas cien canciones que tocamos juntos, a mí me daba vergüenza. De hecho tardé añares en caer y supongo que aún no lo aprehendí. La academia hace estragos, Jaiko. Hace estragos y no nos damos cuenta, ni siquiera contamos los muertos. ¿Vos leíste lo que dice von Kleist de las marionetas? Lo que el chabón hacía… era puro péndulo. Le salía así. No, ahora que lo pienso… algo salía de él más bien, algo que era él y a la vez otra cosa y ese algo era así, tac.. un toco ya hecho… o haciéndose, tac tac tac, un socotroco muy concreto pero en gerundio, un algo con un peso tremendo: el peso del Ser en el momento que está siendo. Pará, ya te dejo. Cuchá esta. Mirá cómo cierra todo. Estábamos en Cerdeña. Junto con el verano se me acababa la visa. No, en ese entonces no me había salido todavía. No sé, había hecho todos los trámites habidos y por haber pero el pasaporte no salía. Pará. Cerdeña. Estábamos en Cerdeña. Un lugar increíble. Ibamos tocando por los restoranes, los hoteles, la de siempre. En una de esas se me cruza Sabine. Sabine, boludo. Y, nada, eso. Así fue como llegué. Porai ya te lo conté. Ah, ¿ya te lo conté? Y para qué me dejás hablar... Bueno, dale. Te dejo en paz. Hablamos. Te paso a ver por el negocio. No importa, igual. Sí, más o menos. Bueno pero yo no estaba tan mal en ese entonces. A ver: no había cumplido los cuarenta todavía. Y... qué sé yo. Cómo te explico… era otra persona. No sólo por que era más joven. Era OTRA persona. Otra. Igualita a la... ¿cómo se llama la mina del monumento, el ángel de la Siegessäule? Elsa. Eso, Else, igualita, dorada y todo. Sabine. Era otra, boludo, estaba de vacaciones. Y bueno, es así… Decime qué gente se va de vacaciones. Digo, ¿qué tipo de gente? La gente que se tiene que ir de vacaciones es la gente que trabaja de trabajar, ¿me explico? Eso es como llevarte a babucha a vos mismo. Es terrible. Se la pasan haciendo de cuenta… eso es agotador. Entonces una o dos veces al año esa gente se va, se tiene que ir de vacaciones. Hay que tomarse un descanso del énfasis, del doble énfasis del yo. Es como una doble afectación. Sabés lo qué´s andar con la plomada chueca… Una tortura. De lo que más necesita descansar esa gente es de sí misma. Sabine es un claro ejemplo. El cabo Sabine. Después, llegados a Berlín, regresada a su estuche de origen, resultó un sargento, pero esa es otra historia. Sí. Hablamos mañana. Preguntale a Walda. Ella se acuerda. No, no duró ni un visado. Pero me cuidó. Eso sí. Me siguió cuidando hasta mucho después de la separación. La piecita de la Sorgestraße me la consiguió ella. Se sentía responsable, supongo. Y... de haberme transplantado. Viste que hay una vocación de mando muy piadosa pero necesariamente distante, una beneficencia a control remoto tipo ONG muy de Sabine. Ayúdennos a ayudar a quien ayuda. Y, mutatis mutandis, la Richard Sorgestraße, unos años más tarde, me dejó en la puerta de Amparo, por error. Ah, ya te lo conté también. Qué pena. Pronto no tendremos nada que decirnos, Jaiko. Sí, te llamo yo mejor. No, si igual no te atiendo. No, peor ¿sabés lo que me dice? No quiero verte ni en figurita me dice cada vez que la llamo. ¿No había una canción así? No boludo, en serio, una en inglés. No, No quiero verte más, No quiero volver a verte, no estoy seguro, era una canción de los Pits… Algo con Pits. Claro, los Brad Pitanza. Los Braten Pot. Cómo era ese grupo inglés de los 70 principios de los 80 más bien… la melodía me la acuerdo bien, muy Melody, muy pegadiza, un gusano en la oreja como dicen ustedes. La-ri la-ré la-ra la-lí o algo así… La letra era en inglés. Nunca supe bien qué decía... La letra, digo. Las canciones en otros idiomas, no en idiomas misteriosos sino en esos idiomas más familiares pero igualmente desconocidos como el inglés o el francés o el portugués, incluso el italiano, acaban diciendo lo que uno quiere. Secretamente. A mí también. Lo que pasa es que cada vez que tarareo esa canción quiero otra cosa. Nada. Nada de nada. Me dejó en pelotas. Se llevó todo, prácticamente todo. No... los muebles no. No, tampoco. ¿Cuánto hace que no venís? Igual. Ta todo igual. También. No, el resto de la casa está igual. Y... pará, dejame pensar. La ropa. Casi toda la ropa se llevó. Una valija grande y la de mano. No, ni ahí. Otras cosas. Muchas. No sé, el altar, por ejemplo ¡El altar! ¡Se llevó el altar! Y, todo. Todo menos el budita… el pseudo-buda. No, forro ¿No te das cuenta? Mirá lo que dejó la gorda, es increíble, es como un gualicho. Un gualicho bueno, benefactor… me produce como una paranoia al revés ¿Para qué? No, las pelotas. Es que no es Buda. Parece, parece Buda, parece Buda pero no, no es Buda. Es un bodhisatva, un bodhisatva enano... Qué ignorante que sos Jaiko, me extraña. Es una especie monje zen... Un bonzo bonsai, gordo y feliz. Bueno, la gordura no es una casualidad, no, no es así de gordo por ser de Amparo sino por cuestiones más... No, relacionadas con la Diosa. Eso, un Amuleto ponele. El amuleto. La esfera. La esfera risueña. La esfera risueña, mi Amparo, Jaiko, ¿me entendés? Para los chinos la esfera risueña es la imagen de la suerte. A mi la gorda me trajo suerte, de una. A mi la gorda me trajo, me colocó, me puso acá. Ella dice que soy su desgracia pero lo que es a mí me trajo suerte. La conocí y me cambió la vida. Así nomás. Yo venía de una muy densa. Densa y oscura y ya está todo dicho. No es que viniera de la guerra ni mucho menos, venía de mí. Soy eso. Venía de la lucha de clases. Uno es de muchas clases y hay una guerra adentro y esa pulsión quemadora de cohetes que es mía sola… es mía sola. Una fuerza ubérrima a la que se le antoja devorar el instante consumiendo en un solo trago todo lo que haya en la despensa. ¿Y eso porqué? Pero si... ¿Ella qué carajo tiene que ver? Ah, bueno, saludos. Que se muera, que se muera y no sufra. Cierto, una larga relación… larga y dura como pija’e burro de la que… no... no pienso decir una sola palabra. Bueno, hablamos. Qué se yo. No, estoy mejor que nunca. Y bueno, pero me nombrás a esa forra… Pero vos ya sabías. No, alto, alto o disparo, yo tengo un problema con ella y por añadidura con todas las rubias. Con casi todas. Con las rubias y los rubios y si me apuran con todos los bárbaros al norte del Rin. Sí, soy un resentido. Un Dioscuro resentido, ya sé, me quema por dentro. Salí... no hace falta ser un sudaca para eso. A Thomas le pasaba lo mismo sin ir más lejos. Thomas Mann, boludo. Capáz que la herencia de su madre brasuca... Y leélo. Qué lo vas a leer. No, creo que está en Tomio Krüger. No, no lo tengo acá. De la biblioteca solamente. Los doy, los paso, no junto más libros. Es una novelita de juventud. Tomio flashea con una rubiecita en una fiesta. La mina al final se va con su rubiecito y él los mira irse y piensa que el mundo es de ellos, de los arios dorados, que sólo ellos serán felices -y él no- y comerán perdices -y él no- y que de esa unión nacerá... Sí, exactamente: el resentimiento del cabecita negra. Y, allá es más fácil ser un resentido, más sano incluso. Claro. El noventa y nueve por ciento del rubio argento es clase alfa. Cómo qué tiene que ver. Acá hay rubias gamma, delta, epsilon. ¡Acá hay rubias que se tiñen! Sí, no lo puedo negar, me produce cierta ternura la rubia proleta teñida... Mi cajera del supermercado. Creo que la quiero. Ese afecto es otra muestra de pensamiento reaccionario del resentido. Me jodo bien jodido. Jodido y solo. Porque a ustedes los caga la obediencia. Pará, si no sabés lo que voy a decir. El Dioscuro tiene la opción de instruirse caóticamente... dejame hablar... la opción de levantar la piedra que el Gran Constructor rechaza. Pará. Tirársela por la cabeza, partirle la crisma al sistema, perder el miedo mientras se vela la esperanza. No, fariseo, yo sería en todo caso algo así como un anarco-peronista-mariano, un peronista matriarcal. Tal cual. Por eso la única rubia en mi vida es Evita Montonera. Nada. Que se vaya a la concha de su madre. Yo estoy mejor que nunca. No me caliento para nada. Perro entonces pará de hablar de esa boluda. No, no es personal, es que esas rubias monumentales que salen acá nomás de abajo e'las baldosas, hembras doradas de clase dominante, que parecen destilar un mármol así de grueso alrededor, a esto de la piel, como si usaran un aura de Carrara ¿qué es esa piedra espiritual? ¿la solidificación de ese agua lechosa de higuera que les corre por toda la tapa de la guitarra? Vamos. Somos grandes. Vamos Jaiko. No jodamos. No ensuciemos la imagen del bonzo rosarino. Hagamos correr la bola de que soy buena persona. No propaguemos malentendidos. Al menos en casa de Amparo. Todo fue, todo es, todo será tergiversado. Hagamos en este caso, en este sólo, el mío, una excepción. Acuerdesé compañero: soy-buena-persona. Répète. Sí, perdón, hablamos cuando estés maduro. Que estés bien. Y qué se yo, decile que se tiña. Ya se le va a pasar. A mí también. No, es que es al revés, es a la edad en que creemos que nos ocurren las cosas que se nos ocurren que fragua esa imagen santa, la imagen de un dios gentil. Un gauchito Gil con una decena de brazos con sus manos las cuales blanden todas las herramientas, todas y cada una de las herramientas de los oficios liberales. Tengo decenas de amigos artistas que dejaron de practicar su sacerdocio, su polirubro libertario por así decir, para especializarse en pos de la eficacia, para pasarse al bando de los funcionarios o para acabar afilando la astucia con la puntería de un decorador de vidrieras subsidiado cuando en realidad la comezón del deseo incluía un ansia legítima de posesión momentánea de un cuerpo de verdad, de un cuerpo de carne y hueso. Que te recontra, sátrapa. Yo di con la musa y me la quedé, me adoptó, me la apropié. Ella, la Venus de Willendorf. La rolliza y voluptuosa diosa de todas las suertes. Pasaron mil años. En vez de hijos me dio instantes de gracia que duraron imperios, revoluciones solares completas. Una día se cansó y se volvió a Bilbao. No, no parece, fue ayer. Va a ser siempre ayer. No, menos, menos de veinte. Y, pará... ¿finales del 98? Más o menos para cuando el Gato me llamó para la Diáspora. No, ahí empezamos… Cómo nos reíamos. Cómo se reía ella en realidad. Cómo me hubiera reído de haber reído a la par de ella. No, eso fue después… pará, déjame hablar… ¿Te acordás de la Lupe? No, Lupe, la guatemalteca. Claro, yo tocaba con ella en ese entonces y a mucha honra. Pero y cómo. Me saco el sombrero. Bueno, sí, Peter también. Peter también, Peter le hacía los arreglos. En todos los sentidos se los hacía. Ella no tenía arreglo ni lo necesitaba pero Peter se los hacía igual. No, no creo. Tocaba el piano, el clarinete, la armónica, a veces el acordeón el Pete. No… no creo. Además a la Lupe le gustaban las nenas. Pasa que Peter no era ni joven siquiera. Estaba recién hecho, tenía la polenta del nonato. Un genio. Claro que no, el talento no lo perdió, claro, pero la Gracia… La Gracia sin usar se va anquilosando. Igual… En aquel entonces le brillaban los dedos, te lo juro. Como si sostuviera algo luminoso. No, qué esperanza, era un horror, el cliché latino a toda vela. Hacíamos una lista insalubre que iba de Bésame mucho a Guantanamera pasando por Cielito lindo. No nos privábamos de nada. Hasta Volare, te lo juro, una garcha. Pero fíjate que sonaba. Lupe’n’Proletariat. De qué te reís. Creéme, boludo, sonaba bien. Ah... y qué querés, se llamaba así. No, yo no se lo puse. Se llamaba así. No sé, los dioses. Lupe’n’Proletariat. Mooy intelectual. Demasiado ocurrente para mi. Cuestión que la Lupe y los lúmpenes laburábamos casi todos los días. No ganábamos un mango pero todos los días un toque, unos Marquitos Zucker… Qué va, olvidate, los bares de Berlin nunca pagaron, todo a la gorra. Pero te digo una cosa. Finales de los noventa. La vida -los alquileres sobretodo- era un subsidio comparada con lo que es ahora. En fin, otros tiempos, otra Berlín. Fijate que aunque el repertorio era un abuso del mal gusto sonaba bien, sonaba raro, sonaba entre balcánico y Bad Seeds. La versión de Tres gardenias era un kletzmer clavado. A qué viene ésto, en qué estábamos. Ah... por ahí, en uno de esos tugurios. El viejo Acud, que se caía a pedazos… Nó, pará, no, estábamos en el mexicano ese que estaba al lado del Tacheles. ¡Zapata! Ahí lo conocí al Gato. Vino a escuchar a la Proletariat con un tipo de la embajada, un pelotudo de manual qué mucho más tarde conocí mejor y resultó un gran tipo. Después del toque me encaró con toda la simpatía que el Gato suele desplegar cuando quiere, cuando necesita algo. De entrada entendí. No era yo exactamente sino el fueye lo que le interesaba. Aunque sonara para el orto tenías que tener un fueye sino ibas muerto. No, amistad lo que se dice amistad pintó después. Casualmente para la época en que el fueye o más bien mi manera de tocarlo ya no le interesaban en absoluto fue que nos hicimos realmente amigos. No, nada, me presentó a la Diáspora y chau. Y sí, la dejé. No, con la Lupe todo bien, una señora. Y, en el tango había guita. Somos artistas del hambre ¿si o no? A mí me vino bien también por mi problema. Eso que te contaba el otro día. Bueno, en ese momento especialmente… Sí, algo así. No, lo que me pasa siempre. De golpe, suponete, me parece que tengo que hacer otra cosa diferente de la que hago, mejor dicho, estoy haciendo algo y siento que lo que realmente tengo que hacer no sólo es otra sino que ya está siendo otra, ya está siendo hecha en otro lado, en paralelo, simultáneamente... no sé si me explico… Es una historia de nunca acabar, un desencuentro, una discrepancia entre un yo y un otro yo que no es menos Dardo que este, ¿soy claro? Hoy a la tarde, sin ir más lejos, estoy sentado en este mismo sillón, que es el sillón de siempre, este sillón que tiene un tufo a Amparo que voltea y me cuelgo con alguna cosa que me descarrila, me desmadra, me saca de acá y no es que me vaya entre comillas, siento más bien que me porto así, que me porto así, que me comporto exactamente como un hueco, un agujero en medio de la pieza, allí donde el sillón está desde hace años me reporto como ausente, como si ya no estuviera más y recordara sobretodo el sillón con su olor... y ese recuerdo, ese recuerdo se juntase a otros, a otros recuerdos que de no ventilarlos han empezado a pudrirse como frutos en el bargueño. Da igual... Lo que viene al caso, lo importante es lo que pasa, lo que me parece que me pasa con ellos, con los recuerdos. Esos recuerdos tampoco están ahí corporizados pero a diferencia de las cosas como el sillón mismo, por ejemplo, o a diferencia de cualquier otro mueble del cuarto recuerdo, ponele, un recuerdo y ese recuerdo tiene digamos sensaciones precisas pero sin cuerpo, no sé si soy claro, otras veces tengo la certeza de haber muerto y me alegra sentir de golpe mi propia cercanía o una prueba de ella, la respiración, incluso el calor corporal, como si fuera la cercanía del fantasma de un muerto querido, como un muerto de esos que uno extraña no tanto su presencia en sí sino la sombra de sus actos o más bien sus intentos, sus heroicos intentos, sus heroicos proyectos de batalla. Hoy a la tarde... No, no importa. Te lo cuento otro día. Otro día hablamos. Te llamo a lo de tu hija, sinó. No ¿estás en pedo? Y dale con la Diáspora. No, La Diáspora ya existía. ¿Y qué? Pero qué carajo se te metió con eso. Te llamo yo y hablamos. Quién. ¿El Gato? No, el Gato no es inocente, es inimputable. Lo reclutaron por portación de pasaporte. Cantar cantar nunca cantó, no jodamos. No, ojo, no es tan así. Lo que pasa es que el Gato se termina haciendo cargo un poco del grupo. Al poco tiempo nomás se lo lleva a Peter también. Con él la Diáspora dio un salto. Bueno, un saltito al menos dio. Nada, lo de siempre, pasados unos años se pudrió. Un día va y me dice, me dijo, Dardo, no puedo más, me dice. Nada, no podía más, no podía seguir, no podía seguir fingiendo, me dijo, no podía seguir haciendo de argento, cumpliendo el rol de argentino profesional, digamos. Ser porteño de oficio es una caricatura muy triste, un rato está bien pero después... ¿Y quién te manda a escuchar ese disco? No vas a poder dormir después... No, jamás, jamás escucho nada. Ni ese ni ninguno. Los discos son unos mentirosos. Bueno, uno en vivo porai. Pero ni así. Les falta una dimensión. O dos. Es como la foto de un cuadro. Las pelotas. Los de música clásica son los peores. ¿Qué sabés cómo tocaba Mozart? La escritura es un malentendido, Jaiko. Uno de los peores. Cómo se llamaba el amigo ese tuyo, el artista conceptual, el peladito teñido, el de la mosca... Ese. ¿Te acordás del auto ploteado? El auto ploteado, el auto ploteado sobre el... No, el tipo ploteó un auto sobre el mismo auto. Tal cual. Lo que le hizo al ploteado eran sólo pequeñas alteraciones, leves intervenciones, una deformidad moderada, prudente, apenas visible. Y se la pegó encima. No, estaba buenísimo. Era una especie de hiperrealismo suprareal. Y bueno, ahí está, pecó de sutil en todo caso. Claro que quedó casi igual. ¿Y qué? El CASI era la gracia. A lo que voy es... No, lo que te decía antes. Pará, la educación, la educación, la educación Jaiko... La educación, como ya lo sabía bien Von Kleist, no es más que una reeducación, una reimpresión... Pará, máquina, dejame hablar. Igual que el auto. Es lo mismo. La educación imprime una idea sobre la persona. Una idea lo más parecida a la idea que la sociedad tiene acerca de cómo debe ser una persona. Pará, escuchame. Y la persona va haciendo el esfuerzo, tiene que hacer el terrible esfuerzo de parecerse, de irse pareciendo... día a día, haciendo los ejercicios correspondientes, irse pareciendo cada vez más a esa idea y claro, cada vez menos a sí mismo, a lo que esa persona es en realidad. De ahí que después se dirá de esa persona, una vez que esa persona haya conseguido salir airosa y triunfante del proceso... Se dirá que esa persona causa una buena impresión. Estamos desesperados por acusar una buena impresión. Estamos condenados, más bien. Desde chicos... pobres, pobres de nosotros, Jaiko. ¿Quién? ¿Steiner? Steiner es un kiosco viejo que funciona porque maquilla la obediencia y redondea los ángulos rectos... Es otro soldado, un soldado sensible. Ah, qué vivo, con plata yo también me mato los cantos. Ta, la seguimos mañana. Bueno, pasado. Y bueno, jodete, no me llamés entonces. Dale. Que descanses. Besos a Walda. Eso, un abrazo.
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